Las últimas parcelas de Antofa, o cómo sobrevivir a los edificios
Secándose el sudor con la manga de la camisa, José Díaz lleva un par de horas botando las hojas marchitas de la plantación de acelgas que debe cuidar. Es mediodía en La Chimba, sector norte de Antofagasta, y el sol pega directo en la parcela que cuida Díaz, un día cálido como pocos en el último tiempo de invierno.
-Sale, Bobby- le dice a su compañero, un inquieto perro negro que tiene más pinta de querer jugar que ayudarle a sacar acelgas. El lugar está tranquilo y aparte de los gruñidos del Bobby sólo se escuchan un par de pájaros a lo lejos. Pero si uno pone un poco más de atención, también podrá oír el motor de una micro o la bulla de la construcción de uno de los tantos edificios que salen de la nada en Antofagasta.
Antes había varias parcelas por La Chimba. Ahora, la de José es casi la única. Por eso llama la atención la idílica imagen de verlo sacar acelgas, tomando en cuenta que la ciudad creció tanto que estos metros cuadrados de vegetación quedaron literalmente encerrados dentro del progreso. "Yo soy trabajador de acá", dice José acariciando al Bobby. "En el kilómetro 12 tenía una parcela, cuando yo estaba joven, después nos vinimos", dice.
LO QUE VA QUEDANDO
La vida de José consiste en, básicamente, pasar acá casi todo el día cuidando las verduras que pronto seguirán una larga cadena de procesos: vendrá el camión, se las llevará a la Vega, alguien las comprará, después hará una ensalada y se la comerá. Como estamos en invierno, el riego debe ser tres días a la semana, nada más. "No hay que regar todos los días, porque las heladas en la noche les hacen mal", comenta.
-Mire, esto se demora un mes en crecer- cuenta José apuntando el cilantro, que está cubierto por capas de viruta para que el sol no queme los brotes. Más allá hay lechugas milanesas, y a lo lejos están las acelgas. Mientras José nos hace este "tour" por la pequeña parcela, el Bobby lo sigue con ganas de jugar, pero el cuidador de la parcela está ocupado en cuidar las verduras para lograr ese milagro de crear vida en la mitad del desierto más árido del mundo.
Unas cuadras más allá, un hombre de gorra hace esfuerzos para trasladar una pesada manguera con la que debe regar su plantación. Francisco Morales lleva una semana viviendo en Antofagasta tras conseguirse esta peguita en la agricultura, su pasión desde siempre. "Acá tenemos rábano, acelgas, cilantro igual", comenta.
El certificado de nacimiento de Francisco dice que nació en la región de Oruro, en Bolivia. Pero con 25 años viviendo en Chile, se le pegó hasta nuestro acento. "Yo trabajaba antes allá en Camiña, donde hay un valle", cuenta. En esa comuna de la región de Tarapacá está replicado en mayor grado este microclima lleno de vida, valles enormes donde sale gran parte de la verdura y fruta que se consume en la Primera Región. Esa misma experiencia es la que está aplicando acá en la capital regional.
El agricultor nos apunta a unas mallas que están colocadas sobre el cuadrículo donde deberían estar unas plantaciones de rábano. "Esas mallas las colocamos para que los pájaros no se coman la semilla, porque son tres días hasta que salga", cuenta.
-Acá se escucha pura bulla de pajaritos, vienen para acá y a veces se comen la verdura- dice. Si no es espantando a las aves, el cuidador de la parcela prepara sus fórmulas para dar mayor fuerza a sus acelgas. Le agregan guano de gallina, salitre y urea, y las verduras salen fuertes y listas para repartirse a los clientes. "Nosotros lo llevamos a La Vega y a la Feria de las Pulgas. En caso de que sobre, lo llevamos para Calama".
CONDOMINIOS NO
Uno podría pensar que el lugar no es el más propicio para plantar y cosechar verduras. Atrás pasa cada cierto tiempo el tren, y a su lado desconocidos vienen a arrojar toneladas de basura, escombros y sillones, alejados lo más posible de la ciudad para que nadie los vea. De vecinos, Francisco tiene un motel que está en plena construcción, y más allá el Lider Norte. Nadie puede arrancar del crecimiento de la ciudad.
-La vida ha sido sacrificada, pero hay para comer. A mí me gusta mucho el tema de la agricultura.
Lo que más valora Francisco de este extraño paisaje en la mitad de La Chimba es la tranquilidad. "Acá no hay bulla, es casi como el campo", dice. Él ha vivido en la ciudad, pero no le gusta por el ruido que hacemos el resto de los mortales. Nada que ver la vida acelerada e indiferente de la jungla de pavimento con la tranquila parcelita del sector norte. "Acá el fin de semana es tranquilito", menciona.
El agricultor dice que a lo más va a esperar unos cinco años más y se va a jubilar. Le gustaría conocer más el país, porque en 25 años lo más al sur que ha llegado es Antofagasta. Dar una vuelta por Copiapó por último, dice. Le mencionamos que esta es de las últimas parcelas en Antofagasta, y está consciente de ello. Que pareciera que los rascacielos no van a considerar nada cuando llegue el momento.
-Yo creo que va a durar poco esto, esto va a terminar siendo un edificio- dice. Pero mientras no lo sea, Francisco va a seguir levantándose temprano para cargar la pesada manguera a regar sus rábanos y lechugas, en el último punto verde en rebeldía con el gris del hormigón. J
Donde se ha desarrollado la agricultura pese a las inclemencias climáticas y geográficas es en Israel. La mayor parte de la superficie de ese país es desértica, al nivel que sólo el 20% de sus tierras son cultivables de forma natural. Sin embargo, el aporte de los judíos que llegaron a esas tierras y comenzaron con iniciativas para potenciar sus tecnologías agrícolas ha sido clave, logrando transformarse en líder mundial en el área.
Ignacio Araya Chanqueo
"La vida es
sacrificada, pero
hay para comer.
A mí me gusta
mucho la
agricultura"
Francisco Morales,