Cómo mantener una granja en la mitad de una población
La casa de la familia Aguilera Bustamante, en la población Los Arenales de Antofagasta, debe ser una de las que primero se levanta en la ciudad. Al estar justo en la orilla del cerro, los rayos del sol pegan directo en las ventanas, despertando a los siete hijos de la prole. A esa hora, cuando los niños están lavándose los dientes, Luisa Bustamante, la mamá, se levanta a hacer el desayuno. Pero en vez de ir a buscar los huevos al refrigerador, tiene que cruzar a la otra vereda de Circunvalación Norte. Ahí, frente a su casa, alguna de sus seis gallinas debe haber puesto huevos fresquitos, listos para la paila.
Cubiertos del fiero sol del desierto, 21 animales componen la improvisada granja urbana de la familia Aguilera, que crearon hace un par de años al frente de su casa, en las orillas de la cordillera de la costa. Unas tablas, un par de rejas y un suelo compuesto de tierra de hoja con comida es todo el mundo para doce conejos, seis gallinas y Renato, un chivato que come tranquilamente hojas de choclo.
Don Omar Aguilera y Doña Luisa vienen de tierras donde tener animales es tan normal como para nosotros andar en micro. Él viene de Combarbalá (IV Región) y ella de Lumaco (Región de la Araucanía). Luisa fue la que se vino primero al norte, allá por 1987, primero por necesidades de trabajo, y segundo por las bondades del clima, porque acá no llueve nunca. "Pero ahora también llueve", se ríe.
Sin embargo, ni los miles de kilómetros de distancia ni que el Desierto de Atacama pareciera ser incompatible con lo que uno entiende por campo, pudieron con la nostalgia del matrimonio por los fértiles valles y bosques del sur. Doña Luisa armó una pequeña casucha para formar su primer huerto, donde logró que aparecieran papas, choclo y tomates. "Salían así unas papas, oiga", dice doña Luisa. A partir de ahí, todo comenzó a irse directo a la olla de los Aguilera.
CAZUELA NORTINA
pregunta "La Estrella" cuando mira el pequeño chivato, que sigue mordisqueando la hoja de choclo.
-No, nada que ver, acarícielo, mire- dice don Omar, metiendo la mano por una rendija de madera para hacerle cariño en la barbilla al animalito. El Renato apareció por una de esas casualidades de la vida. El animal es muy común en los valles de la provincia del Limarí, pero traerse uno al norte es prácticamente imposible, teniendo en cuenta que en los buses hace rato que no trasladan animales. En los rurales, rara vez, alguna señora sube con cajas llenas de gallinas. Pero en los interurbanos no se puede. "Pero éste lo encontré en el Facebook", dice Omar. Poco más allá, en un campamento, alguien estaba vendiendo un chivato. Él lo compró, lo limpió, le puso Renato y lo dejó en la granja.
La idea de tener una granja dentro de la capital del norte grande fue pura intuición. Si funcionó poner verduras, cómo no iba a poderse criar animales para la cazuela, como dice don Omar. Y así comenzaron a llegar las gallinas, los patos, los chanchos y los conejitos. "Mi señora sabe cómo prepararlos, yo no sé", dice.
Después que el Renato se termine las hojas de choclo, le espera un festín. Sobre un nylon, se secan varias verduras mustias que don Omar va a buscar todos los días a la Vega Central. Se las regalan, él espera que se sequen y al rato ya están listas para que Renato almuerce como la gente. O como los chivatos.
-Una vez se me metieron a robar una chancha que tenía- dice doña Luisa recordando el único mal episodio que ha tenido con su granja, porque acá los animales no molestan a nadie. Esa vez, hace tres años, alguien se quiso avivar con el cerdito. -Mi marido se levantó en puros cuadros no más con un cuchillo por detrás y por delante.
-Ah, por la pata, porque yo tenía una pata que avisaba.
El sistema de alarma funcionó, porque la pata pegó un graznido tan fuerte que los delincuentes arrancaron. Aparte, dice doña Luisa, que los chanchos muerden cuando no reconocen a alguien, son sumamente mañosos y se dan sólo con conocidos. "Cuando conocen a la gente no pasa nada, los niños acá andaban a caballo, ella se botaba para que los cabros jugaran", recuerda la mamá.
Hoy la pata ya no está. El guardián del hogar Aguilera es el Bigote, un perrito quiltro que es el regalón de la familia. El Bigote es pelusa, juguetea con el Renato desde afuera de la granja, porque la misión de él es cuidar la casa.
-Me gustaría tener un ganso y un pavo, ese es mi sueño- comenta doña Luisa cuando mira su granjita. -Pero voy a tener que hacer algo por ahí, es difícil traerlos, porque no los quieren traer en el bus. Pero puedo traer huevos en un tarro rellenos con afrecho, ahí se pueden traer- dice.
La única forma que tiene Luisa para traer un ganso o un pavo es por una comadre que le tiene guardados unos huevitos en Coquimbo. A Temuco, capital de la región donde está su querido Lumaco, se pega sus vueltas de vez en cuando. "Llegué la semana pasada, hay unos problemitas con las tierras, pero siempre tengo que andar viajando", dice.
EL HUERTO
El Renato ya terminó de mordisquear la hoja de choclo, y parece mirar con celos el choclo entero que se está comiendo un conejo bebé. Al final, Renato no le da mayor importancia al tema y encuentra otra hoja de choclo, nuevecita.
Cuando esta casita pasó a ser una granja, el huerto se trasladó al patio de la familia Aguilera. Ahí doña Luisa realiza plantaciones que después van a terminar en su cocina. En decenas de macetas, conserva variedades de hortalizas, una por maceta. "Éste es orégano, este de más acá es el apio. Por ahí hay menta también", señala doña Luisa.
La matriarca de la familia aprovecha de pasar el dato. Ellos tienen dos gallos, pero al parecer está sobrando uno. Está a la venta por si alguien lo necesita, y está a cinco lucas. Cuando le preguntan si vende algo más del resto, dice que no, que se ha esforzado tanto en tener sus animales, que los dedica exclusivamente para su familia, cuando se necesita hacer cazuela o cuando hay que hacer desayuno para siete, porque los huevos van a estar siempre fresquitos cruzando la calle en la -quizá- única granja urbana de Antofagasta. J
Ignacio Araya Chanqueo
"Cuando
conocen a la
gente no pasa
nada"
Luisa Bustamante,